Espacio dedicado al maravilloso mundo del premio Nobel
domingo, 4 de diciembre de 2011
Un manual para ser niño
Memorables líneas de Gabo para todos los chicos.
Aspiro a que estas reflexiones sean un manual para que los
niños se atrevan a defenderse de los adultos en el aprendizaje de las artes y las letras. No
tienen una base científica sino emocional o sentimental, si se quiere, y se fundan en una
premisa improbable: si a un niño se le pone frente a una serie de juguetes diversos,
terminará por quedarse con uno que le guste más. Creo que esa preferencia no es casual, sino
que revela en el niño una vocación y una aptitud que tal vez pasarían inadvertidas
para sus padres despistados y sus fatigados maestros. Creo que ambas le vienen de
nacimiento, y sería importante identificarlas a tiempo y tomarlas en cuenta para ayudarlo a
elegir su profesión. Más aún: creo que algunos niños a una cierta edad, y en ciertas
condiciones, tienen facultades congénitas que les permiten ver más allá de la realidad
admitida por los adultos. Podrían ser residuos de algún poder adivinatorio que el género
humano agotó en etapas anteriores, o manifestaciones extraordinarias de la intuición casi clarividente de los artistas durante la soledad del crecimiento, y que
desaparecen, como la glándula del timo, cuando ya no son necesarias. Creo que se nace escritor, pintor o músico. Se nace con la vocación y en muchos
casos con las condiciones físicas para la danza y el teatro, y con un talento
propicio para el periodismo escrito, entendido como un género literario, y para el cine,
entendido como una síntesis de la ficción y la plástica. En ese sentido soy un platónico:
aprender es recordar. Esto quiere decir que cuando un niño llega a la escuela primaria
puede ir ya predispuesto por la naturaleza para alguno de esos oficios, aunque todavía no
lo sepa. Y tal vez no lo sepa nunca, pero su destino puede ser mejor si alguien lo ayuda a descubrirlo. No para forzarlo en ningún sentido, sino para crearle condiciones favorables y alentarlo a gozar sin temores de su juguete preferido. Creo, con
una seriedad absoluta, que hacer siempre lo que a uno le gusta, y sólo eso, es la
fórmula magistral para una vida larga y feliz. Para sustentar esa alegre suposición no tengo más fundamento que la experiencia
difícil y empecinada de haber aprendido el oficio de escritor contra un medio adverso,
y no sólo al margen de la educación formal sino contra ella, pero a partir de dos
condiciones sin alternativas: una aptitud bien definida y una vocación arrasadora. Nada me complacería más si esa aventura solitaria pudiera tener alguna utilidad no sólo
para el aprendizaje de este oficio de las letras, sino para el de todos los oficios de
las artes. La vocación sin don y el don sin vocación Georges Bernanos, escritor católico francés, dijo: "Toda vocación es un
llamado". El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en
1726, la definió como "la inspiración con que Dios llama a algún estado de
perfección". Era, desde luego, una generalización a partir de las vocaciones religiosas. La aptitud,
según el mismo diccionario, es "la habilidad y facilidad y modo para hacer alguna
cosa". Dos (Tomado del Tomo 2 de la colección "Documentos de la Misión, Ciencia, Educación y Desarrollo: Educación para el Desarrollo". Presidencia de la República
- Consejería para el Desarrollo Institucional - Colciencias) Santafé de Bogotá D.C., 1995 siglos y medio después, el Diccionario de la Real Academia
conserva estas definiciones con retoques mínimos. Lo que no dice es que una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria: la
única disposición del espíritu capaz de derrotar al amor. Las aptitudes vienen a menudo acompañadas de sus atributos físicos. Si se les
canta la misma nota musical a varios niños, unos la repetirán exacta, otros no. Los
maestros de música dicen que los primeros tienen lo que se llama el oído primario, importante
para ser músicos. Antonio Sarasate, a los cuatro años, dio con su violín de juguete
una nota que su padre, gran virtuoso, no lograba dar con el suyo. Siempre existirá el
riesgo, sin embargo, de que los adultos destruyan tales virtudes porque no les parecen primordiales, y terminen por encasillar a sus hijos en la realidad amurallada
en que los padres los encasillaron a ellos. El rigor de muchos padres con los hijos
artistas suele ser el mismo con que tratan a los hijos homosexuales. Las aptitudes y las vocaciones no siempre vienen juntas. De ahí el desastre de
cantantes de voces sublimes que no llegan a ninguna parte por falta de juicio, o de
pintores que sacrifican toda una vida a una profesión errada, o de escritores prolíficos que
no tienen nada que decir. Sólo cuando las dos se juntan hay posibilidades de que algo
suceda, pero no por arte de magia: todavía falta la disciplina, el estudio, la técnica,
y un poder de superación para toda la vida. Para los narradores hay una prueba que no falla. Si se le pide a un grupo de
personas de cualquier edad que cuenten una película, los resultados serán reveladores. Unos
darán sus impresiones emocionales, políticas, o filosóficas, pero no sabrán contar la
historia completa y en orden. Otros contarán el argumento, tan detallado como recuerden,
con la seguridad de que será suficiente para transmitir la emoción del original. Los
primeros podrán tener un porvenir brillante en cualquier materia, divina o humana, pero
no serán narradores. A los segundos les falta todavía mucho para serlo base cultural, técnica, estilo propio, rigor mentalpero pueden llegar a serlo. Es decir: hay quienes saben contar un cuento desde que empiezan a hablar, y hay quienes no sabrán nunca. En
los niños es una prueba que merece tomarse en serio. Las ventajas de no obedecer a los padres La encuesta adelantada para estas reflexiones ha demostrado que en Colombia no existen sistemas establecidos de captación precoz de aptitudes y vocaciones
tempranas, como punto de partida para una carrera artística desde la cuna hasta la tumba.
Los padres no están preparados para la grave responsabilidad de identificarlas a
tiempo, y en cambio sí lo están para contrariarlas. Los menos drásticos les proponen a los
hijos estudiar una carrera segura, y conservar el arte para entretenerse en las horas
libres. Por fortuna para la humanidad, los niños les hacen poco caso a los padres en
materia grave, y menos en lo que tiene que ver con el futuro. Por eso los que tienen vocaciones escondidas asumen actitudes engañosas para
salirse con la suya. Hay los que no rinden en la escuela porque no les gusta lo que
estudian, y sin embargo podrían descollar en lo que les gusta si alguien los ayudara. Pero
también puede darse que obtengan buenas calificaciones, no porque les guste la escuela,
sino para que sus padres y sus maestros no los obliguen a abandonar el juguete
favorito que llevan escondido en el corazón. También es cierto el drama de los que tienen
que sentarse en el piano durante los recreos, sin aptitudes ni vocación, sólo por
imposición de sus padres. Un buen maestro de música, escandalizado con la impiedad del
método, dijo que el piano hay que tenerlo en la casa, pero no para que los niños lo
estudien a la fuerza, sino para que jueguen con él. Los padres quisiéramos siempre que nuestros hijos fueran mejores que nosotros,
aunque no siempre sabemos cómo. Ni los hijos de familias de artistas están a salvo de
esa incertidumbre. En unos casos, porque los padres quieren que sean artistas como
ellos, y los niños tienen una vocación distinta. En otros, porque a los padres les fue
mal en las artes, y quieren preservar de una suerte igual aun a los hijos cuya vocación
indudable son las artes. No es menor el riesgo de los niños de familias ajenas a las
artes, cuyos padres quisieran empezar una estirpe que sea lo que ellos no pudieron. En el
extremo opuesto no faltan los niños contrariados que aprenden el instrumento a
escondidas, y cuando los padres los descubren ya son estrellas de una orquesta de
autodidactas. Maestros y alumnos concuerdan contra los métodos académicos, pero no tienen un criterio común sobre cual puede ser mejor. La mayoría rechazaron los métodos
vigentes, por su carácter rígido y su escasa atención a la creatividad, y prefieren ser
empíricos e independientes. Otros consideran que su destino no dependió tanto de lo que aprendieron en la escuela como de la astucia y la tozudez con que burlaron los obstáculos de padres y maestros. En general, la lucha por la supervivencia y la
falta de estímulos han forzado a la mayoría a hacerse solos y a la brava. Los criterios sobre la disciplina son divergentes. Unos no admiten sino la
completa libertad, y otros tratan incluso de sacralizar el empirismo absoluto. Quienes
hablan de la no disciplina reconocen su utilidad, pero piensan que nace espontánea como
fruto de una necesidad interna, y por tanto no hay que forzarla. Otros echan de menos la formación humanística y los fundamentos teóricos de su arte. Otros dicen que
sobra la teoría. La mayoría, al cabo de años de esfuerzos, se sublevan contra el
desprestigio y las penurias de los artistas en una sociedad que niega el caracter profesional de
las artes. No obstante, las voces más duras de la encuesta fueron contra la escuela, como
un espacio donde la pobreza de espíritu corta las alas, y es un escollo para
aprender cualquier cosa. Y en especial para las artes. Piensan que ha habido un
despilfarro de talentos por la repetición infinita y sin alteraciones de los dogmas
académicos, mientras que los mejor dotados sólo pudieron ser grandes y creadores cuando no tuvieron
que volver a las aulas. "Se educa de espaldas al arte", han dicho al
unísono maestros y alumnos. A estos les complace sentir que se hicieron solos. Los maestros lo
resienten, pero admiten que también ellos lo dirían. Tal vez lo más justo sea decir que
todos tienen razón. Pues tanto los maestros como los alumnos, y en última instancia la
sociedad entera, son víctimas de un sistema de enseñanza que está muy lejos de la
realidad del país. De modo que antes de pensar en la enseñanza artística, hay que definir lo más
pronto posible una política cultural que no hemos tenido nunca. Que obedezca a una concepción moderna de lo que es la cultura, para qué sirve, cuanto cuesta, para
quién es, y que se tome en cuenta que la educación artística no es un fin en sí misma,
sino un medio para la preservación y fomento de las culturas regionales, cuya
circulación natural es de la periferia hacia el centro y de abajo hacia arriba. No es lo mismo la enseñanza artística que la educación artística. Esta es una
función social, y así como se enseñan las matematicas o las ciencias, debe enseñarse
desde la escuela primaria el aprecio y el goce de las artes y las letras. La enseñanza
artística, en cambio, es una carrera especializada para estudiantes con aptitudes y
vocacionesespecíficas, cuyo objetivo es formar artistas y maestros como profesionales del
arte. No hay que esperar a que las vocaciones lleguen: Hay que salir a buscarlas.
Están en todas partes, más puras cuanto más olvidadas. Son ellas las que sustentan la
vida eterna de la música callejera, la pintura primitiva de brocha y sapolín en los
palacios municipales, la poesma en carne viva de las cantinas, el torrente incontenible
de la cultura popular que es el padre y la madre de todas las artes. ¿Con qué se comen las letras? Los colombianos, desde siempre, nos hemos visto como un país de letrados. Tal
vez a eso se deba que los programas del bachillerato hagan más énfasis en la
literatura que en las otras artes. Pero aparte de la memorización cronológica de autores y de
obras, a los alumnos no les cultivan el hábito de la lectura, sino que los obligan a leer y
a hacer sinopsis escritas de los libros programados. Por todas partes me encuentro con profesionales escaldados por los libros que les obligaron a leer en el colegio
con el mismo placer con que se tomaban el aceite de ricino. Para las sinopsis, por
desgracia, no tuvieron problemas, porque en los periódicos encontraron anuncios como este:
"Cambio sinopsis de El Quijote por sinopsis de La Odisea ". Así es: en Colombia hay un mercado tan próspero y un tráfico tan intenso de resúmenes fotostáticos, que los
escritores armamos mejor negocio no escribiendo los libros originales sino escribiendo de
una vez las sinopsis para bachilleres. Es este método de enseñanza, y no tanto la televisión y los malos libros, lo que está acabando con el hábito de lectura. Estoy de acuerdo en que un buen curso de literatura sólo puede ser una gema para lectores. Pero es
imposible que los niños lean una novela, escriban la sinopsis y preparen una exposición
reflexiva para el martes siguiente. Sería ideal que un niño dedicara parte de su fin de semana
a leer un libro hasta donde pueda y hasta donde le guste que es la única condición para leer un libropero es criminal, para él mismo y para el libro, que lo lea a la fuerza en sus horas de juego y con la angustia de las otras tareas. Haría falta como falta todavía para todas las artesuna franja especial en el bachillerato con clases de literatura que sólo pretendan ser gumas inteligentes de lectura y
reflexión para formar buenos lectores. Porque formar escritores es otro cantar. Nadie
enseña a escribir, salvo los buenos libros, leídos con la aptitud y la vocación alertas.
La experiencia de trabajo es lo poco que un escritor consagrado puede transmitir a
los aprendices si éstos tienen todavía un mínimo de humildad para creer que alguien
puede saber más que ellos. Para eso no haría falta una universidad, sino talleres
prácticos y participativos, donde escritores artesanos discutan con los alumnos la
carpintería del oficio: cómo se les ocurrieron sus argumentos, cómo imaginaron sus personajes,
cómo resolvieron sus problemas técnicos de estructura, de estilo, de tono, que es lo
único concreto que a veces puede sacarse en limpio del gran misterio de la creación.
El mismo sistema de talleres está ya probado para algunos géneros del periodismo, el
cine y la televisión, y en particular para reportajes y guiones. Y sin examenes ni
diplomas ni nada. Que la vida decida quién sirve y quién no sirve, como de todos modos
ocurre. Lo que debe plantearse para Colombia, sin embargo, no es sólo un cambio de
forma y de fondo en las escuelas de arte, sino que la educación artística se imparta
dentro de un sistema autónomo, que dependa de un organismo propio de la cultura y no del ministerio de la educación. Que no esté centralizado, sino al contrario, que
sea el coordinador del desarrollo cultural desde las distintas regiones del país, pues
cada una de ellas tiene su personalidad cultural, su historia, sus tradiciones, su
lenguaje, sus expresiones artísticas propias. Que empiece por educarnos a padres y maestros
en la apreciación precoz de las inclinaciones de los niños, y los prepare para una
escuela que preserve su curiosidad y su creatividad naturales. Todo esto, desde luego, sin
muchasilusiones. De todos modos, por arte de las artes, los que han de ser ya lo son.
Aun si no
Están todos invitados a ver mi blog
ResponderEliminarwww.memorabiliaggm.blogspot.com
Muchas Gracias señor, usted dio iniciativa a todos estos homenajes!
ResponderEliminarNo lo tome como una copia este espacio.